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Del paradigma de la escasez a la sociedad de la abundancia

La economía moderna se construyó sobre una premisa fundamental: los recursos son escasos y las necesidades humanas ilimitadas. Este paradigma de la escasez ha moldeado cada aspecto de nuestra sociedad, desde cómo trabajamos hasta cómo construimos nuestras ciudades. Sin embargo, la revolución tecnológica de la década de 2020 nos coloca en un punto de inflexión histórico: por primera vez, la abundancia real es posible. La combinación de robots humanoides avanzados, inteligencia artificial generalista y automatización masiva está creando una capacidad productiva sin precedentes. Para 2030, robots como Atlas, de Boston Dynamics, podrían ser tan comunes en obras de construcción como hoy lo son las grúas, mientras que sistemas de IA realizarán tareas que hoy requieren años de formación especializada.

En este contexto de transformación radical, la Renta Básica Universal (RBU) emerge no meramente como una política social – como la concebían teóricos anteriores como Van Parijs o Standing – sino como una herramienta fundamental para gestionar la transición hacia un nuevo paradigma económico y social. No se trata de redistribuir la escasez, sino de garantizar que la abundancia tecnológica beneficie a toda la sociedad.

El paradigma de la escasez nos ha llevado a priorizar la acumulación individual sobre el bienestar colectivo. Nuestras ciudades son el testimonio más visible de estas distorsiones. Tomemos el automóvil privado: símbolo por excelencia del éxito individual en el siglo XX, ha terminado creando ciudades inhabitables. Embotellamientos eternos, contaminación asfixiante, espacios públicos convertidos en estacionamientos, barrios atravesados por autopistas… Todo para mantener un sistema de movilidad individual que, en un paradigma de abundancia, resulta absurdamente ineficiente.

La RBU permitiría repensar radicalmente nuestras ciudades. En un mundo donde los robots y la IA pueden mantener la infraestructura urbana, construir edificios y gestionar sistemas de transporte, podemos diseñar ciudades que prioricen la vida humana sobre la eficiencia industrial. Al garantizar la seguridad económica básica, las personas ya no necesitarían vivir cerca de los centros de trabajo tradicionales ni depender del auto para largos desplazamientos diarios. Podríamos diseñar ciudades verdaderamente humanas: barrios caminables, abundantes espacios verdes, transporte público automatizado y eficiente, calles para personas en lugar de automóviles.

Este cambio de paradigma transformará fundamentalmente el trabajo y la economía misma. Para 2030, muchos trabajos actuales serán realizados por máquinas, desde la construcción hasta el transporte, desde la atención al cliente hasta el análisis de datos. La paradoja es clara: en medio de una capacidad productiva sin precedentes, ¿mantendremos un sistema que fuerza a las personas a competir con máquinas cada vez más capaces? La RBU rompería esta paradoja. Al garantizar la subsistencia básica, permitiría que el trabajo humano se enfoque en lo verdaderamente valioso: actividades creativas, cuidado personal, innovación, arte, construcción comunitaria – áreas donde las máquinas no pueden (y quizás nunca puedan) reemplazarnos.

Pero hay otro aspecto fundamental que hace de la RBU una necesidad sistémica en la era de la automatización: la preservación del ciclo económico. En un mundo donde la producción está altamente automatizada, ¿quién comprará los bienes y servicios que producen las máquinas? La automatización aumenta dramáticamente la capacidad productiva, pero si simultáneamente destruye empleos y salarios, ¿quién constituirá el mercado para esta producción aumentada? Este es el talón de Aquiles de la automatización sin RBU: puede crear abundancia técnica pero generar escasez social por falta de poder adquisitivo.

La RBU resuelve esta paradoja al garantizar que la población mantenga su capacidad de consumo incluso cuando la automatización reduce el empleo tradicional. No es casualidad que figuras del mundo tecnológico, conscientes de las implicaciones de la automatización, hayan comenzado a abogar por alguna forma de ingreso básico. Entienden que la viabilidad de sus empresas automatizadas depende de la existencia de un mercado consumidor con capacidad de compra.

Esto requiere repensar completamente nuestro sistema fiscal. La creciente automatización genera enormes beneficios empresariales con una mínima necesidad de trabajo humano. Un nuevo esquema impositivo debe capturar parte de esta riqueza generada por las máquinas para financiar la RBU. Esto podría incluir impuestos sobre robots, gravámenes especiales sobre beneficios derivados de la automatización, e impuestos sobre transacciones financieras. No se trata de penalizar la innovación tecnológica, sino de asegurar que sus beneficios se distribuyan de manera que mantengan el sistema económico funcionando y beneficien a toda la sociedad.

La abundancia tecnológica nos permite redefinir la riqueza. En el paradigma de la escasez, la riqueza se mide en posesiones materiales y símbolos de estatus. En el nuevo paradigma, la verdadera riqueza será el tiempo libre, la creatividad, las relaciones significativas, la salud del planeta. La RBU actuaría como un puente entre estos paradigmas, permitiendo a las personas priorizar estas nuevas formas de riqueza sin el temor a la indigencia.

Los experimentos limitados con formas de ingreso básico del pasado apenas rozan la superficie de esta transformación. No se trata simplemente de dar dinero a la gente, sino de adaptar nuestra organización social a una realidad tecnológica radicalmente nueva. Estamos ante un cambio comparable a la revolución industrial, pero a una escala y velocidad sin precedentes.

La transición no será fácil. El paradigma de la escasez está profundamente arraigado en nuestras instituciones y mentalidades. Pero la revolución tecnológica de los años 2020 nos brinda una oportunidad histórica. Podemos seguir organizando la sociedad alrededor de una escasez artificial, o podemos construir un mundo donde la abundancia tecnológica se traduzca en abundancia social. La RBU, financiada a través de una reforma fiscal que capture los beneficios de la automatización, es el mecanismo que puede hacer esta transición posible y sostenible.

El futuro no es algo que simplemente nos sucede: es algo que construimos con nuestras decisiones colectivas. La implementación de la RBU podría ser el primer paso hacia una transformación social profunda. La tecnología nos brinda los medios, la crisis climática y social nos da la urgencia, y nuestra imaginación nos muestra el camino. El futuro de abundancia ya es técnicamente posible – la pregunta es si tendremos la visión y el coraje para construirlo.

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