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Esta semana explotó el tema del uso de los datos del ANSES por parte del Estado nacional (ver: El Cronista, Clarín, La Nación) y la discusión se centró –como es de esperar- en “para qué” podría usar el gobierno esa información. Mi intención aquí no es hacer un juicio de valor, sino señalar que –hasta ahora- la única solución que se planteó es de orden moral. Lo que se nos dice es: “eso no va a pasar, porque nosotros somos buenos”, “nosotros no somos como el gobierno anterior”, etc..

No tengo porqué dudar de las buenas intenciones de nadie. Incluso estoy de acuerdo en que hay que mejorar y aggiornar la estrategia y canales de comunicación con los ciudadanos, siendo más asertivos y eficaces (¿qué sentido tiene que una campaña pensada para los jubilados, por ejemplo, le llegue a toda la población adolescente?). También creo que este tipo de datos son fundamentales para eso y que el estado tiene el derecho legítimo de usarlo. Pero también creo que como sociedad madura que somos, necesitamos otras garantías más formales y objetivas del tratamiento de un bien tan precioso como nuestra información privada.

En el manejo de este tipo de información intervienen muchos participantes y circunstancias que no pueden controlarse sólo con buena fe (y en este punto fallan actores que manejan información tan delicada como Mossack Fonseca, el partido Demócrata o el propio Departamento de Estado). Deben implementarse mecanismos que garanticen la privacidad en cada uno de los pasos intermedios y la gobernanza de los datos (saber quién está usándolos y para qué). La buena noticia es que las herramientas para que esto pueda implementarse ya existen y funcionan bien desde hace tiempo.

De hecho, el problema ha sido enfrentado y resuelto exitosamente por la industria de software. Pensemos en Facebook, Google o LinkedIn, por ejemplo, quienes permiten acceder a sus datos mediante servicios, sin que esto quiera decir que vayan a enviarnos la base de datos completa para que la usemos como queramos. Lo que hacen, en cambio, es permitirnos acceder a determinados subconjuntos de usuarios (masculinos, menores de 35 años, vinculados al deporte, por ejemplo) para un fin específico (como enviarles un mensaje, exhibirlos una publicación o conocer sus gustos) sin que conozcamos ningún dato ESPECÍFICO PARTICULAR ni que haya nadie en el medio. ¿Y cómo lo hacen? A través de interfaces de programación para acceder a grandes lagunas de datos (Data Lakes) que aíslan la información al tiempo que la mantienen integrada y anónima.

Estamos familiarizados con las interfaces de usuario, que son aquellos mecanismos que empleamos los humanos para vincularnos con las máquinas. Aquí estamos hablando de interfaces de programación que son aquellas que permiten que las máquinas interactúen entre sí. Mediante este acceso programático a los datos, sería perfectamente posible para otro organismo utilizar los datos de ANSES, pero sin conocer NUNCA la información de un BENEFICIARIO particular. Lo anterior sin que medie un humano que –por decir algo- podría quedarse con la información. Construir una laguna de datos, por otra parte, es lo que mantiene la información lo suficientemente aislada y otorgando una total gobernanza sobre quién y cómo accede a ellos.

Algo así como el viejo buzón de correo. Al cartero no le dábamos la llave de casa para que entre y agarre el paquete que dejamos arriba de la mesa de la cocina, sino que le dábamos acceso al buzón en donde dejábamos el paquete que específicamente queríamos que distribuyera. Aquí es lo mismo, sólo que con tecnología más moderna. Porque de lo que se trata es de resolver problemas del siglo XXI, con herramientas del siglo XXI.

“Escucha la entrevista en FM Delta”: AUDIO

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